Para conectar. Para conocernos.
Para regular mejor nuestras emociones.
Para aumentar la libertad a la hora de tomar decisiones y actuar.
Podría sonar como el eslogan de una app de bienestar (de esas que te mandan notificaciones para que “te relajes”), pero en realidad, detrás de estas frases hay algo mucho más profundo.
Mindfulness, lejos de ser solo una técnica para calmar la mente, es una forma de relacionarnos con lo que sentimos, pensamos y hacemos, sin necesidad de escapar o de arreglarlo todo.
Cuando aprendemos a observar la experiencia tal y como es —sin etiquetarla como “buena” o “mala”— empezamos a ver con más claridad qué es lo que realmente está ocurriendo dentro de nosotros. Esa claridad no se traduce en una vida sin sufrimiento, sino en una vida más consciente, menos automática.
Joseph Goldstein, profesor de mindfulness, lo expresa de una forma quizá demasiado optimista (pero bueno, se lo perdonamos): el mindfulness s una “llave maestra”.
Según él, cada experiencia tiene un tono emocional o sensorial asociado —agradable, desagradable o neutro— que aparece de forma casi instantánea antes de que pensemos nada al respecto.
Ese tono es como una chispa diminuta que, sin darnos cuenta, puede encender toda una reacción en cadena: un pensamiento, una emoción, una conducta.
Por ejemplo: sentimos un leve malestar físico y enseguida pensamos “otra vez me estoy poniendo mala”; o alguien no contesta un mensaje y en cuestión de segundos ya estamos reviviendo todas las veces que nos han ignorado.
El tono sensorial inicial no era más que una sensación corporal o emocional, pero nuestra mente le montó encima toda una película (a veces digna de un Goya al drama psicológico).
Ahí entra el mindfulness.
No para eliminar la sensación o cambiarla, sino para reconocerla antes de que nos arrastre.
Cuando somos capaces de observar ese primer momento sin juzgar, algo cambia: ya no somos esclavos de la cadena de reacciones.
Goldstein lo llama una “llave maestra” porque, al practicar esta observación, empezamos a desbloquear los patrones más profundos de nuestro condicionamiento.
Nos ofrece una ventana a las dinámicas invisibles que dictan nuestras respuestas: el miedo a no ser suficiente, la necesidad de controlar, la tendencia a huir de lo incómodo.
Y ahí es donde aparece la verdadera libertad.
No en modificar la sensación inicial —porque eso escapa a nuestro control—, sino en interrumpir la cadena automática que suele seguirle.
Es un espacio minúsculo, casi imperceptible, pero cuando lo habitamos, descubrimos que tenemos la posibilidad de elegir de forma más libre, más consciente y más amable.
Ese instante de pausa puede parecer insignificante, pero a veces es justo lo que diferencia una reacción impulsiva de una respuesta coherente con lo que somos y necesitamos.
Cada disciplina lo define desde su propio prisma, pero en psicología solemos entenderlo como:
“La conciencia que surge de prestar atención, de forma intencional, a la experiencia tal y como es en el momento presente, sin juzgarla, sin evaluarla y sin reaccionar a ella” (Baer, 2003).
A veces practicarlo es tan sencillo como caminar por la naturaleza con atención plena, observando los colores, los sonidos y las sensaciones.
En mi caso, mucho antes de leer y documentarme sobre mindfulness, ya encontraba en las montañas mi forma de desconectar de las preocupaciones y centrarme en el presente. Con el tiempo entendí que esos momentos no eran solo un descanso, sino una herramienta poderosa para cuidar la mente.
El entrenamiento en mindfulness no solo ayuda a reducir el estrés o mejorar la concentración, sino que también modifica el cerebro las conexiones de nuestro cerebro. Lo más fascinante: se ha demostrado que caminar por la naturaleza, a diferencia de hacerlo por la ciudad, reduce la actividad de la amígdala —una de las zonas cerebrales encargadas del miedo—.
Puedes encontrar la referencia a este estudio en Molecular Psychiatry: https://doi.org/10.1038/s41380-022-01720-6.
Si te interesa entender la explicación neurofisiológica de herramientas como esta, no puedo dejar de recomendar a la fantástica @nazareth.castellanos. Es investigadora y divulgadora en neurociencias, y su trabajo busca precisamente eso: entender por qué las herramientas que usamos en psicología son tan efectivas para ayudarnos a regular nuestras emociones (y las de nuestros pacientes).
Así que te animo a que, cuando puedas, salgas a la naturaleza y te des un baño de estímulos externos —no de esos de Netflix y redes, sino de los que de verdad nutren el cerebro—.
Y tú, ¿practicas la atención plena de vez en cuando?