Los trabajos de alta exigencia son un arma de doble filo, con características propias que, en ocasiones, pueden resultar difíciles de gestionar. Entre estas se encuentran la incertidumbre, la carga de trabajo, la inseguridad laboral y los problemas derivados de la disfunción de roles, como la ambigüedad, el conflicto y la sobrecarga asociados a la diversidad de responsabilidades que conllevan este tipo de puestos.
En contraposición, las personas dispuestas a enfrentarse a estas demandas suelen tener una gran vocación por lo que hacen y confían en que sus esfuerzos darán frutos, ya sea por trabajar en algo que aman o por alcanzar un puesto soñado. Sin embargo, esta afinidad por su trabajo, aunque les impulsa a desempeñarse de manera excelente, puede terminar ocupando gran parte de su vida y de su tiempo de ocio, impidiéndoles desconectar, aumentando la carga mental y relegando otros aspectos importantes de su vida.
Si eres investigador —en cualquiera de sus etapas—, estudiante de una carrera exigente o de oposiciones, consultor o cualquier otro profesional que desarrolla su actividad bajo presión, sabrás de lo que hablo. Esto también aplica a artistas y personas de otros ámbitos laborales que enfrentan constantemente la incertidumbre, sienten que regalan su trabajo y hacen de su vocación el eje de su vida. Como investigadora que fui, yo también lo experimenté en mis propias carnes y pude ver que los límites laborales, que para otras personas están tan claros, para mí se difuminaban. Un claro ejemplo de esto era cuando veía a amistades que no dedicaban ni un solo minuto de su tiempo de ocio a gestionar asuntos laborales, mientras que yo trabajaba en festivos o era incapaz de dejar de ocuparme de temas de trabajo cuando mi jornada ya había concluido.
Cuando hacer del trabajo tu vida se normaliza, entramos en un terreno pantanoso. Comenzamos a experimentar malestar incluso durante nuestro tiempo de ocio, y el nivel de alerta que mantenemos para desempeñar nuestras tareas laborales se prolonga más allá del horario de trabajo. De este modo, nuestro sistema nervioso no consigue relajarse, y es entonces cuando el estrés se vuelve crónico. Este tipo de estrés sostenido es responsable de numerosos problemas de salud mental y puede desencadenar síntomas de depresión, ansiedad, así como el conocido Burnout, o síndrome del trabajador quemado.
A simple vista, podría parecer que estar expuesto a un trabajo de alta exigencia es sinónimo de desarrollar estrés crónico. Sin embargo, falta un elemento crucial en la ecuación: la presión externa que, muchas veces, acabamos introyectando. Dicho de otra manera, interiorizamos las expectativas externas —ya sean de jefes, colegas, clientes o la sociedad— y las hacemos nuestras, convirtiéndolas en una voz interna que nos exige más de lo que ya lo hace nuestro propio compromiso y vocación. Esta presión interiorizada multiplica la carga mental y nos mantiene atrapados en un ciclo de exigencia constante, aunque objetivamente no haya nadie observándonos.
Por eso, aprender a poner límites y cuidarnos se vuelve fundamental. Definirnos más allá de lo laboral, cultivar relaciones significativas y dedicar tiempo a aficiones y actividades que nos llenen, son estrategias que ayudan a abrir la mirada cuando nuestro mundo empieza a sentirse como un túnel. El autocuidado no es un lujo, sino una herramienta esencial para mantener nuestro bienestar físico y emocional y para poder seguir rindiendo sin que nuestra salud se vea comprometida.
Si te has sentido identificado con lo que cuento y crees que la psicoterapia podría ayudarte, no dudes en contactarme. Juntos podemos explorar estrategias para gestionar la presión, reconectar con tu tiempo personal y construir un equilibrio más saludable entre tu vida profesional y personal.